Hoy se cumplen cincuenta días de mi encierro, de mi recogimiento, de mi aislamiento. Hoy se cumplen cincuenta días de practicar el distanciamiento social, cincuenta días de sacar mi torso por la ventana para aplaudirle a los trabajadores de la salud y cincuenta días de pasar tiempo en la ventana investigando a mis vecinos. Son cincuenta días de experimentar sensaciones diferentes, de bañarme una vez al día, de hacer tres comidas en casa y de convertir mi casa en oficina.
Ya son cincuenta días de mis jangueos virtuales, de tratar a mis manos como enemigas y de dudar de mi capacidad de sobrevivencia. Son cincuenta días de ver constantemente el tatuaje que habita en mi piel desde febrero y que irónicamente lee libre. Son cincuenta días de comer galletas Oreos sin parar, cincuenta días de no ponerme mahón y de limpiar todo lo que nunca había limpiado. A su vez, son los cincuenta días que más descalzo he estado en mi vida, cincuenta días que más redes sociales he utilizado y cincuenta días de añadir la palabra coronavirus a mi vocabulario.
Hace cincuenta días, también, fue la primera vez que empecé a seducir los alimentos con paños desinfectantes mientras les susurro “aquí no está el coronavirus, pero por si acaso”. Son cincuenta días de convencerme que no debo salir ni al lobby porque allí está el virus y de convencerme a su vez que no traigo el virus a casa cuando salgo.
Cincuenta días de salir por la ciudad y sentir que es mía, que la habito solo, que me pertenece porque la disfruto por primera vez sin prisa. Cincuenta días de sentirme inseguro al salir a la calle, de sentirme que vivo en guerra. Cincuenta días de coexistir con la sensación que vivo en pausa, mientras los días aceleran. Cincuenta días de ver fotos para recordarme que vivo en el mismo planeta en el que vivía el 13 de febrero. Cincuenta días en los que los besos y abrazos se convirtieron en actos de violencia y no de amor. Son cincuenta días de tenerle miedo a la gente, de experimentar mi primera (y espero que última) crisis sanitaria.
Cincuenta días que, por primera vez, soy luz en mi casa y oscuridad en la calle. Cincuenta días que he tomado una pausa obligada, cincuenta días que he respirado en segmentos de cuatro segundos que me han ayudado a reconectar conmigo y con mi gente. Hoy se cumplen mis primeros cincuenta días de cuarentena y concluyo que soy más vago de lo que pensaba, pero me libero de toda culpa al pensar que, sin querer, llevo cincuenta días descansando a la vez que descansa el planeta Tierra.
Ver video de una tarde en cuarentena.